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miércoles, 18 de mayo de 2011

Lo Masculino, desde la psicología hacia el cuerpo.

Critica a la obra “Los Hombres No” de Pablo Cortés
Por Pamela Lagos

En el Centro Creación Coreográfica, Matta Oriente 525, se presenta desde el 29 de Abril al 22 de mayo el montaje “Los Hombres No” dirigida por Pablo Cortés, una verdadera apuesta de este nuevo creador emergente, quien elabora una reflexión de la identidad masculina chilena y su construcción contemporánea.
Pablo Cortés estudió 4 años la carrera de psicología en la Universidad de Valparaíso antes de estudiar danza en la Academia de Humanismo Cristiano “Espiral”, en la que actualmente cursa el último año. Estas dos carreras, la psicología y la danza, lo han llevado a tener una amplia mirada sobre los temas de actualidad, vinculando las áreas en la creación. Su primer montaje profesional, “Los hombres No”, ha sido posible gracias al  financiamiento del Fondo Nacional de las Artes, Fondart Regional 2010.
Es interesante lo que Pablo Cortés nos plantea en “Los Hombres No”, que para poder hablar de la masculinidad, tiene que haber una mujer para marcar lo contrario y hablar de aquellas diferencias e igualdades. Es así como parte de la premisa del cuerpo masculino y cotidiano de sus intérpretes: Andrés Maulén, Magnus Rasmussen y Luis Leiva, donde la bailarina Betania González es el punto de conflicto de lo masculino, realizando un versus lo femenino, estableciendo la diferencia, el otro punto de vista, o los significados de su representación en madre, mujer, la virgen del Carmen, etc. En este sentido, podemos realizar un análisis del enfoque del cuerpo en su contexto de género que se aborda en la obra, buscando desglosar y analizar el montaje de danza a través de una deconstrucción de los elementos visuales, narrativos y corporales, develando los subtextos que la componen para abordar un punto de vista hacia la gestualidad en el espacio, como un dispositivo discursivo y crítico.
La reflexión en torno a la identidad masculina en la sociedad chilena de hoy, parece estar intrínsecamente avalada por la visión e imagen del mundo de lo masculino sostenida desde hace siglos en la historia de la humanidad. Ancestralmente, la estructura jerárquica del poder ha pertenecido a los hombres, quienes tienen que cumplir con ciertos cánones y expectativas, reglas sociales de comportamiento  además de superar pruebas de competencia, para justamente para dominar a sus pares y solventar su masculinidad.
El lenguaje de la obra se construye a partir de estos conceptos psicológicos, concernientes a los comportamientos sociales y las relaciones de poder, buscando descubrir un nuevo discurso narrativo desde la voz como un elemento más del cuerpo, con una propuesta narrativa no lineal,  como si fueran fragmentos de reflexiones sobre el ser hombre en lo cotidiano. Lo que nos hace contemplar un montaje crítico contemporáneo sobre la sociedad y estereotipos masculinos, que se sostiene por la cantidad de aristas que se establecen sobre el tema.
En la filosofía de Heidegger podemos reconocer similitudes cuando nos plantea que el hombre es un decir inconcluso, cuya propia existencia encarna una determinada representación e interpretación del mundo. El ser es lenguaje y tiempo, y nuestro contacto con las cosas está siempre mediado por prejuicios y expectativas como consecuencia del uso del lenguaje. Cualquier respuesta a una pregunta acerca de la realidad está manipulada de antemano, ya que siempre existe una precomprensión acerca de todo lo que se piensa. Esta precomprensión de las cosas produce una circularidad natural en la comprensión que va de lo incomprendido a lo comprendido, el círculo hermenéutico, que no es exactamente un límite o un error del conocimiento, sino algo intrínseco al hombre e inevitable, pero que se constituye como una oportunidad que nos permite conocer el todo a través de las partes y viceversa.
Todo aquello está presente en “Los hombres No”, bajo premisas de dar órdenes sobre otro cuerpo, que van desde lo cotidiano a lo extracotidiano en la kinética corporal. La danza se entreteje y se hace interesante con el tratamiento de los conceptos: cumplir expectativas, comportamiento social, superar pruebas y manipulación. La obra nos plantea una sociedad marcada por las diferencias de actitudes entre hombres y mujeres, desde cómo nos vestimos, comportamos, movemos y relacionamos.
Se pretende realizar un enfoque distinto del desarrollo del lenguaje de la danza, ya que la investigación teórica y práctica del montaje arroja conceptos a tratar en el cuerpo que se basan en el movimiento simple, orgánico y común, se busca entonces el movimiento cotidiano, sin caer en adornos ni exageraciones, pero también sucede la composición de fraseos, las técnicas, cuerpos que se adaptan a realizar saltos, contactos entre los cuerpos; reconociendo una capacidad de movimiento que surge desde la temática a trabajar y que da al espectador la sensación de cierto goce que los intérpretes manifiestan, ya que siempre hay algo lúdico que va ocurriendo, a veces a modo de ironía implícita y subjetiva sobre cánones preestablecidos con respecto a la danza, a su disciplina, a la ejecución, como también al género y al sexo. Un discurso consciente de crítica de los cánones preestablecidos sobre el tema de la masculinidad y la danza.
En esta obra es a partir del cuerpo que se van suscitando los acontecimientos, el lenguaje corporal viene a dar un significante de la temática que se plantea en el espacio, en el cuerpo y en el del otro, donde el todo es más simple, donde lo importante es la acción conceptual que va interrelacionándose con los cuerpos, el espacio, el movimiento y los elementos.
Entre los cuatro intérpretes se desarrollan distintas relaciones de poder según las posibilidades que trazan sus propios cuerpos: de la mujer hacia los varones, los machos a la hembra, entre dos hombres, entre hombre y mujer, entre los tres hombres, etc. Haciendo evidente la relación de poder que surge en la obediencia, puesto que si no hay obediencia, no hay relación de poder. Dándonos como referente a un Chile en el que se deja entrever la manipulación, los ordenamientos sociales, los cánones sistemáticos, la hegemonía militar, las luchas de poder, el machismo, etc. Recurren a esto en varias ocasiones llevando el recurso hasta el límite, como una operación también del poder, cuestionando o dirigiendo esa información y lenguaje.
Como gran aparataje simbólico, tenemos en escena una gran tela color piel que está colgada desde el techo, esta imagen alude inmediatamente a un útero, el cual cobija y protege pero también limita y asfixia. Este símbolo colgado y que mantiene distancia con la tierra, puede darnos infinitas lecturas, ya que podemos hacer una comparación con otras culturas, en que en los ritos agrarios, la fecundidad de la mujer estaba ligada a la de la tierra o al mar, constituyendo ésta un monopolio femenino, tanto material como espiritual. Es entonces cuestionable que este símbolo femenino en el montaje se encuentre espacialmente en el nivel alto, quizás por dar preponderancia a entregar una crítica a nuestra actualidad, en que la valorización de la mujer es algo idealizable o ilusorio en una sociedad machista.
Este útero contiene todos los elementos que aparecen en las escenas, desde ahí salen el pito, el cronómetro, la máscara, las pelucas y un muñeco inflable. Es entonces que se establecen ciertos significados en la forma que estos elementos se utilizan: Para demarcar las órdenes y condiciones se realizan a través del sonido del pito o del cronómetro, tal cual como el reflejo condicionado de Pavlov, y es que quizás somos una sociedad que sigue reglas de acciones y comportamientos que se nos imponen, cual perros de laboratorio de quienes llevan el poder.
Las pelucas o la máscara nos muestran hombres que se disfrazan y ocultan algo bajo los cánones preestablecidos de la sociedad y es sólo a través de este aparataje que reflejan su homosexualidad.
El útero gigante al dar a luz a un hombre de plástico, simboliza la desintegración, la destrucción y la muerte del hombre, nos manifiesta su artificio y materialidad desechable que se hace evidente, convirtiéndolo en un dispositivo de tensión para romper con la estructura marcial militar que se estaba dando como propuesta en ese momento.
Este útero, al transformarse en la falda de la intérprete, nos permite realizar una operación de asociación a Jung y su arquetipo de la madre como diosa, donde la música alude a lo sacro entregándonos como inconsciente colectivo la imagen de la virgen del Carmen y en cuya escena final de la obra, se manifiesta en la naturaleza humana como protección y alimentación a estos hombres que comen carne de su mano. En este sentido, se visibilizan todos los arquetipos psicológicos que tiene el hombre con respecto de una mujer, realizando la coherencia del sentido en el hombre más allá del significado de madre: la mágica autoridad de lo femenino, la sabiduría y la altura espiritual más allá del intelecto, lo bondadoso, protector, sustentador, lo que da crecimiento, fertilidad y alimento; el lugar de la transformación mágica, del renacer; el instinto o impulso que ayuda, y lo que entrega a comer a los hombres, significando lo secreto, lo escondido, el abismo, lo que devora, lo que seduce.
En cuanto a la iluminación, diseñada por Marcelo Arancibia, es interesante la investigación de luz que se realiza en el espacio y en los intérpretes, al utilizar elipsoidales que sólo iluminan zonas del cuerpo quedando por descifrar lo demás, no exponiendo al espectador la totalidad sino haciendo que el cuerpo aparezca en un discurso fragmentado. Con esta misma idea se crean diversos espacios dentro de la sala, transformándola, creando diversas atmósferas y propuestas de imágenes, donde se advierte una dimensión psicológica más que temporal.
La composición musical, de Esteban Illanes, realiza un acompañamiento marcando hitos dentro del montaje, desarrollándose una relación del sonido en servicio con la voz, en el cual su mínimo volumen o silencio se debe a resaltar lo que los intérpretes dicen en escena y su florecimiento cuando el cuerpo sin voz danza y lo conduce una melodía.
El vestuario a cargo de Alexandra Mabes nos evidencia en todo momento la cotidianeidad explícita que se busca, se denota la comodidad de los intérpretes y se resalta su individualidad; quizás es tal cual como cada uno se viste a diario, sólo se escapa esta gran transformación de tela que en un principio es un útero y luego se adapta a ser un faldón entregando una imagen clara.
A modo de conclusión, podemos decir que “Los hombres No” no recae en la retórica de la versión hegemónica de masculinidad que se presenta comúnmente como un significado único, atemporal y universal, sino que da nuevas perspectivas en la problemática, replanteando la importancia de la mujer sobre una mitificación de lo que significa ser un hombre, donde ciertamente el sexismo como macroestructura del poder, genera  ideologías que actúan extendiendo y legitimando las relaciones de poder. En este sentido, la subordinación de género se visibiliza y permanece en un plano consciente.
Pero el poder interpersonal nos es sólo una derivación de las desigualdades macroestructurales, ya que es reconstruido, desafiado, adaptado, negociado y o reafirmado en la vida cotidiana, un machismo chilensis demarcado por imágenes de ideales femeninos como la madre y de una religión católica que se evidencia en la urbe de Santiago cuando encontramos en el nivel más alto del cerro San Cristóbal a la virgen que, tal como imagen de madre, tiene la finalidad de cuidarnos y protegernos pero también de limitarnos y asfixiarnos, concretando la semejanza con la imagen del útero del inicio en su ubicación y con ello el círculo hermenéutico antes expuesto.

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